En 1924, el científico estadounidense llamado John W. Watson realizó una investigación que, aunque poco ética, fue realmente muy interesante. Para ello utilizó a un pequeño niño de once meses llamado Albert, el cual para ese entonces, no sentía ningún miedo por los roedores.
El experimento consistió en presentar una rata blanca al infante a la vez que se martillaba fuertemente una barra de acero. Albert, como la mayoría de los niños de su edad, temía a los ruidos fuertes, por lo que, después de haber sido sometido en varias ocasiones a los mismos estímulos, presentados estos no de manera separada sino unidos en el tiempo, al unísono, desarrolló una fuerte aversión por los ratones, ratas y todo animal que se les pareciese.
Cabe decir que la intención del científico no era tanto aterrorizar al niño, sino demostrar cómo se generaban algunas fobias en los humanos, por medio de las teorías que poco antes había desarrollado Ivan Pavlov, fisiólogo ruso quien, experimentando con perros, dio al traste con uno de los mecanismos a través de los cuales se da el aprendizaje. Pavlov descubrió los elementos y relaciones existentes en el proceso que luego se llamaría condicionamiento clásico.
La forma en que un animal o persona puede adquirir una nueva conducta con este tipo de condicionamiento es relativamente simple. Según Sandi, Venero y Cordero (2001):
El condicionamiento clásico se basa en el aprendizaje de una relación entre dos estímulos, de modo que, mediante la aplicación repetida de los mismos de forma asociada, uno de los estímulos (E), inicialmente neutro (EN), pasa a inducir, por sí mismo, la misma respuesta que produce el otro estímulo (denominado “estímulo incondicionado”, EI) de forma natural. Por ello, el estímulo neutro pasa a denominarse “estímulo condicionado” (EC).
A partir de esto, el experimento que marcó la vida del pequeño Albert puede explicarse de la siguiente manera:
a) La rata representa un estímulo neutro (EN) para el niño, en el sentido de que no genera en él la respuesta que se estudia en este caso.
b) El sonido del martillo al golpear la barra de metal por su parte, representa un estímulo incondicionado (EI), por el hecho de que produce en el infante miedo y aversión, lo cual es la respuesta incondicionada (RI).
c) Al presentarse ambos estímulos (EI+EN) juntos de manera reiterada, se produce una asociación de estos, de modo que, al final, el estímulo que en un inicio era neutro pasa a evocar la respuesta que antes solo era producida por el estímulo incondicionado, en este momento, la presencia de la rata pasa a ser un estímulo condicionado (EC) pues genera una respuesta condicionada (RC).
Con todo esto, ya el lector ha de imaginar las distintas implicaciones que este tipo de aprendizaje conlleva, como por ejemplo su valor adaptativo, el cual es enorme.
El condicionamiento pavloniano permite a los individuos establecer predicciones sobre las relaciones existentes entre distintos estímulos, ayudándoles así a adaptarse mejor a su medio ambiente y a identificar los peligros existentes para sobrevivir.
Un caso en particular sería el del animal que ha tenido una experiencia dolorosa con abejas o avispas, quien aprende luego a reaccionar con precaución y miedo ante el sonido que producen este tipo de insectos. Así mismo, un niño que gusta de hacer siempre lo contrario a lo que su madre le ordena, conoce rápido lo doloroso que puede ser esto al tocar una plancha caliente y se quema, a partir de allí, el pequeño no tocará la plancha pues, al verla, recordará el dolor de la quemadura que le produjo.
REFERENCIAS
Sandi, C.; Venero, C. y Cordero, I. (2001) Estrés, memoria y trastornos asociados (1ra ed.). Barcelona, España: Ariel.
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